Entrevista con Antonio Altarriba (y III)

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Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952) no necesita presentación. Catedrático de Literatura Francesa en la Universidad del País Vasco, ensayista (Comicsarías. Ensayo sobre una década de historieta española; Sobre literatura potencial…), novelista (Cuerpos entretejidos; La memoria de la nieve…), crítico (La España del tebeo. La historieta española de 1940 a 2000; Los tebeos de la transición…), guionista de televisión (Cómic: Noveno arte), pero, ante todo, GUIONISTA DE HISTORIETAS (sí, en mayúsculas “cum laude”). Tras un prometedor inicio en la década del ochenta, primero con el Colectivo Z y luego con el dibujante Luis Royo (De vuelta y Desfase), no será hasta el nuevo siglo cuando su interés y amor por el tebeo se convierta en su principal motor creativo. Ya sea con Laura Pérez Vernetti (Amores locos y El brillo del gato negro), Kim (El arte de volar y El ala rota), Sergio García (Cuerpos del delito) o más recientemente Keko (Yo, asesino; Yo, loco y El perdón y la furia), sus obras adquieren una dimensión propia y una relevancia inaudita (pero más que justa) dentro del desangelado panorama de la historieta española. Las mismas le han reportado las mayores distinciones de nuestro pequeño mundillo entre las que cabe destacar el Premio Nacional de Cómic en 2010 por El arte de volar, el Grand Prix de la Critique ACBD en 2015 por la edición francesa de Yo, loco, o  el Gran Premio del 37.º Comic Barcelona. Además, es miembro fundador y primer presidente electo de ARGH!

Para la ocasión hemos retomado la entrevista publicada por Fernando García el 3 de marzo del 2011 en la web argentina La bitácora del Maneco. Casi una década después la mirada de Antonio continúa tanto o más lúcida que antes.

Antonio Altarriba

P: En 2014 publicas en Francia, Moi assasin, para Denoel. Así comienza tu extensa colaboración con Keko, ¿qué te atrae de tu estilo?

¿Existe alguien al que no le atraiga el estilo de Keko? Su trazo contundente, su manejo de luces y sombras siempre me han fascinado. Ya desde que empezó en la revista Madriz. Así que en seguida tuve muy claro que Yo, asesino lo tenía que dibujar él. Era el más adecuado para la atmósfera que debía respirar mi historia. Coincidió que estaba disponible y nos lanzamos. La colaboración funciona ya de manera muy engrasada y satisfactoria para ambos. Nuestra complicidad no sólo se asienta en la adecuación de su estilo a mis guiones. Compartimos imaginario, visión del mundo. Somos muy cómplices. Espero que se transmita en nuestras historias.

P: ¿Cuál es la génesis de la obra? ¿Desde el principio la planteáis como una trilogía?

No. En un principio iba a ser un solo título. Pero no sólo nos encontramos bien colaborando, sino que vimos el potencial que tenía un thriller con un trasfondo de denuncia social, basado en síntomas muy actuales de nuestra sociedad y contado en primera persona. Así que, antes de terminar Yo, asesino, ya sabíamos que habría un Yo, loco y un Yo, mentiroso. Se trataba de hacer un recorrido por las zonas más oscuras del ser humano y, sobre todo, por las maneras en las que se manifiestan en esta sociedad tan tecnificada como estúpida, tan correcta como cruel.

P: ¿Por qué la trilogía del yo? ¿Pretendes reflexionar en torno a la deshumanización progresiva del individuo?

El “yo” es el principal elemento aglutinante de la trilogía. Hay otros como la citación constante del mundo del arte, la ciudad de Vitoria, las relaciones de pareja, la utilización de los distintos bitonos… Pero esa voz narrativa en primera persona que acompaña la historia da un tono especial a la trilogía. Vemos a personajes en principio rechazados por la ética y la sociedad (el asesino, el loco y el mentiroso) que actúan y comentan sus actos, se explican, se justifican… De esa manera, se acerca al excluido, se humaniza al inhumano y, de alguna manera, se propicia la identificación del lector. De pronto nos damos cuenta de que estamos compartiendo el discurso y hasta asumiendo los argumentos de un criminal o de un demente. Ese yo se convierte así en espejo del yo del lector que se siente desasosegado al comprobar que participa en puntos de vista inadmisibles, que el mal no le es ajeno que, aunque sea en una pequeña medida, él también podría matar, estar loco y, desde luego, mentir. Además, desde la perspectiva de la estructura narrativa obliga a una focalización única. Vemos todos los acontecimientos a través de los ojos del protagonista. Y eso, además de generar adhesión, obliga a una organización muy compacta del argumento.

P: Keko retrata al protagonista, Enrique Rodríguez, con un físico cercano al tuyo. ¿Un juego deliberado? ¿Cuánto hay de Altarriba en su personaje?

Fue una idea, mejor dicho, una reacción espontánea y, en el fondo, lógica de Keko. Con los datos que le había dado de la historia y del personaje le salía yo como encarnadura natural de ese asesino. De hecho, en los primeros bocetos era idéntico a mí. Luego ya le puso una nariz más rapaz. Pero Keko pensó que no aceptaría su propuesta. Y se equivocó. Me pareció que eso daría un giro de tuerca más en los juegos entre realidad y ficción (o representación artística) que llenan la historia. Además, había mucho de mí en Enrique Rodríguez Ramírez, el protagonista: profesor en la Universidad del País Vasco, crítico con la institución universitaria, enfrentado con los sectores nacionalistas, fascinado por el arte en sus expresiones más extremas, reacio a la omnipresente impostura artística y hasta con la corpulencia necesaria para matar en distancia corta. Eran demasiadas coincidencias como para permanecer al margen. Así que, para sorpresa de Keko, acepté encantado. Naturalmente de mi vinculación con las actividades asesinas del protagonista sólo hablaré en presencia de mi abogado.

P: La obsesión enfermiza de Enrique me recuerda a la de otros personajes clásicos, e inquietantes, de la serie negra como el Rodión Raskólnikov de Crimen y Castigo de Dostoievski o el David Kelsey de Ese dulce mal de Patricia Highsmith. ¿Cuáles han sido tus referentes literarios a la hora de labrar su compleja personalidad?

El personaje y la base argumental tiene una tradición larga y rica, aunque minoritaria. El malditismo literario desde Baudelaire a Bukowski, desde Sade a Cioran o a Lautréamont se basa en esa confrontación, fascinante al tiempo que aterradora con el monstruo que llevamos dentro. Los mecanismos del mal están ahí, camuflados, pero funcionando, quizá determinando las estrategias de la corrección y de la buena conciencia. El asesinato como una de las bellas artes de Thomas de Quincey, Los sótanos del Vaticano de Gide y su personaje Lafcadio, Ripley de patricia Highsmith, el acto gratuito como opción radical al margen de todo determinismo de los surrealistas también me influyeron. Todo eso sin contar las referencias cinematográficas o televisivas que han dado una cierta actualidad a los personajes malvados y a los motivos de sus acciones.

P: A mi modo de ver, la principal novedad es que logras un complejo e interesante thriller, pero mezclado con el paulatino proceso de descomposición del mundo ideal de Enrique que le hace caer en un abismo. ¿Estamos ante tu personal deconstrucción del clásico villano?

No estoy seguro de que el protagonista de Yo, asesino sea un villano. En cualquier caso, no es un villano convencional. Hay deconstrucción del estereotipo del malvado, pero esa deconstrucción nos lleva a entender su postura, casi a disculpar sus crímenes. Hay una radicalidad artística, una búsqueda de la autenticidad en una sociedad hipócrita, cínica y en el fondo cruel que hacen que el personaje nos resulte, si no simpático, al menos comprensible, quizá perdonable.

P: A modo de síntesis, ¿cómo definirías Yo, asesino: reflexión sobre el mercantilismo del arte o de la laxa moral del ser humano?

Las dos cosas están y constituyen focos centrales de la historia, pero mi apuesta narrativa era fundamentalmente la segunda. Decía Camus, “cuanto más me acuso, mejor puedo denunciar”. Yo me inculpo ya desde el título, Yo, asesino. ¿Y tú lector, mi semejante, mi hermano…?

P: Otra de los problemas sociales retratados es la complejidad de la sociedad vasca posterior a la rendición de ETA, y más concretamente la influencia de los nacionalismos en la universidad. ¿Tu obra es un fiel reflejo de la situación? ¿Se trata hasta cierto punto de vivencias personales?

Sí. Esa es una motivación fundamental del libro. He pasado toda mi carrera universitaria en una Facultad secuestrada por las juventudes batasunas (Ikasle abertzaleak), que nos han impuesto su programa y han sometido a acoso a muchos profesores, algunos de los cuales se vieron obligados a marchar. Un buen puñado de estos alumnos acabaron integrándose en comandos etarras, dispuestos a matar (y a morir) por la patria. Estamos hablando del crimen más motivado en todas las culturas, en todos los tiempos y todavía vigente. Esa es la motivación por la que pasas de asesino a héroe o a mártir. Pero ¿existe alguna motivación que justifique o impulse al asesinato? La gratuidad, fría y cínica, con la que actúa el protagonista sirve para resaltar esa oposición entre lo gratuito y lo motivado que es llevada aquí al absurdo. El ambiente que retrato de la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco se queda muy corto en comparación con las humillaciones e infamias que tuvimos que aguantar. Y eso en medio de la indiferencia, a veces de la aprobación, de muchos compañeros.

P: Ese mismo año, Keko y tú sois los primeros españoles en ganar el Grand Prix de la Critique ACBD, uno de los premios más prestigiosos del mundo de la historieta. ¿Esta distinción supuso tu definitivo despegue internacional?

El arte de volar había entrado muy bien en Francia y había recibido unos premios importantes, aunque no de tanta proyección como este de la Crítica. Efectivamente, fue muy importante para asentarnos en el mercado francés. Y Francia, como todo el mundo sabe, es mejor trampolín que España para saltar a otros países.

P: ¿Cómo nace el proyecto de El perdón y la furia? ¿Fue compleja la creación de la historia dentro de los márgenes de la obra de Ribera?

Fue un encargo del Museo del Prado. Me llamó José Manuel Matilla, director del gabinete de dibujos y de la colección de cómic que la pinacoteca mantiene desde hace ya cuatro años. Habían leído Yo, asesino, les interesaba la línea de investigación que, como profesor universitario, lleva el protagonista, la representación del sufrimiento en la pintura española de los siglos XVI y XVII. La propuesta fue “tenemos el museo lleno de cuadros donde se representa el sufrimiento, haced algo a partir de ellos”. Así que el encargo deriva directamente de Yo, asesino, del que constituye una especie de spin off. José Ribera, “el españoleto”, fue uno de los autores que más destacó en este género, con gran cantidad de lienzos dedicados al martirio y a las torturas. La figura de Ribera da mucho juego, tanto desde una perspectiva biográfica como artística. El problema era que contábamos sólo con cinco meses de tiempo. Así que resultó especialmente difícil condensar lo esencial de este pintor en un trabajo obligatoriamente breve.

P: ¿Es necesario el apoyo de instituciones como El Museo del Prado para conseguir el reconocimiento de la historieta?

No viene mal. Aunque hay que decir que los museos se lanzaron a este tipo de “diálogos” con el cómic, cuando este ya había alcanzado un cierto estatus cultural. El trueque consiste en la adquisición de un baño de modernidad y de un espíritu de apertura por parte de la Institución y un toque de distinción, prestigio con solera, por parte del cómic. En cualquier caso, el cómic nunca se halla desubicado en un museo. Tiene una faceta expositiva que algunos, incondicionales de su condición narrativa, se empeñan en negar. Los cómics son para leerlos, pero también para contemplarlos, para realizar un recorrido extasiado por sus dibujos y sus colores originales, sus logros compositivos y sus correspondencias formales.

P: Osvaldo González Sanmartín, su protagonista, es prisionero de su propia obsesión con la obra de Ribera, un éxtasis al mismo tiempo que un tormento. ¿Estos juegos de contrastes barrocos forman parte de la esencia de la obra?

Sí. El tormento y el éxtasis es, precisamente, el tema central de buena parte de los cuadros de Ribera. Para comprobarlo, basta con hacer el recorrido místico entre los cuerpos retorcidos y la expresión del rostro pasmado. Pero también hay otros temas esenciales que abordamos en el libro. Desde una perspectiva plástica, el tenebrismo, el contraste o los juegos con la luz, la influencia de Caravaggio impregnan todo el trabajo de Keko. También tratamos el tema de la obsesión creativa del protagonista, que llega a pintar con su propia sangre. Y el carácter sagrado del poder que castiga cruelmente a todo el que pretende rebelarse. Esa es la función propagandística del tema de “las furias”, en boga en los siglos XVI y XVII, como refuerzo de las monarquías absolutas.

P: Osvaldo asegura sobre Ribera que para él “la composición es Dios”. ¿Hasta qué punto Keko y tú habéis seguido estas directrices? ¿Sois magos de la imaginación en el sentido establecido por Giordano Bruno?

Giordano Bruno murió quemado en la hoguera por la Inquisición. Fue un castigado por “las furias” del poder al cuestionar algunos dogmas. También investigó sobre el arte y las matemáticas. Al fin y al cabo, el suplicio retuerce los cuerpos en escorzos y artificios anatómicos que pueden resultar muy geométricos. Hay un juego de medidas, proporciones, ejes constructivos que transmiten la entrega sublime del mártir. ¿Ribera era un arrebatado religioso o un concienzudo calculador de las leyes de la composición? Ese es otro tema clave de El poder y la furia.

P: Yo, loco ofrece vuestra particular visión del clásico descenso a los infiernos. ¿Es la locura un camino de libertad o de perdición para Ángel Molinos, su protagonista?

Para algunos la locura es sinónimo de libertad, vía de desconexión de los convencionalismos de la razón, forma de ruptura con la lógica esfuerzo-recompensa que guía nuestros comportamientos, victoria de los fantástico sobre lo conveniente, recuperación del potencial de la imaginación, domesticada por la realidad y la rentabilidad… También es una forma de desafío al poder, al menos al orden establecido y sus prosaicos valores. En el caso de Ángel Molinos el combate entre cordura y locura marca su trayectoria vital. Viene de un entorno social y laboral que le traumó desde niño. Sus inclinaciones sexuales también se han visto seriamente interferidas. Por eso ha adoptado esa capa de correcta discreción, de integración social, de ejemplaridad laboral, de normalidad aparente que, a lo largo de la historia va a ser sometida a fuertes tensiones. Llega, incluso, a profesionalizarse en un trabajo en el que se dedica a combatir la locura. A lo largo del libro comprenderá el valor liberador de la locura, al menos de la lucha contra la uniformización de carácter y comportamientos. Aunque, quizá, para él sea ya demasiado tarde.

P: Tanto en Yo, asesino como en Yo, loco, los personajes se sienten impotentes ante el devenir del destino. Sin embargo, ¿qué diferencia a Ángel Molinos de Enrique Rodríguez?

Es cierto, ambos personajes están superados por su entorno y les podríamos considerar, cada uno a su manera, como marginados sociales. Enrique, el asesino, es más fuerte que Ángel, el loco. Enrique aparece como verdugo y Ángel como víctima. La fuerza de Enrique le salvará de la destrucción. Todo su mundo familiar y profesional se viene abajo. Pero le queda su arte sangriento, al que se aferra para darle sentido a su existencia. Ángel, por el contrario, no consigue imponerse en este combate con el mundo y acaba destruido, totalmente desactivado. A Enrique le queda recorrido después de la última viñeta. A Ángel no.

P: Los poderosos nos gobiernan a su antojo y nosotros aceptamos nuestros destinos como borregos o cobayas. ¿Debemos luchar como Ángel contra estos gigantes aunque el coste sea tan elevado?

Sí. Es una convicción personal que mucha gente no comparte. Porque es muy exigente, requiere un gran esfuerzo psíquico y hasta físico y, a menudo acaba condenando a la soledad (“la soledad es el precio por la libertad” dicen. Resulta más confortable unirse al pensamiento dominante, que, además, suele recompensarte social, económica y hasta afectivamente. Pero si tienes un mínimo de conciencia ética, si no estás tan alienado como para no verlo, resulta difícil resistir a la sacudida de la rebeldía. Aunque tan a menudo te destruya.

P: ¿Por qué decidís denunciar las manipulaciones de las grandes farmacéuticas? ¿Quizá por qué la presencia de sus malas artes es menor en los medios?

La industria farmacéutica es poderosa y discreta, a menudo secreta. Su lobby es uno de los más poderosos del mundo. Pero gestiona y comercializa el valor más preciado, la salud. Que el banco te engañe con la hipoteca o las automovilísticas con sus niveles de contaminación, hasta las redes sociales con tus datos es muy grave. Pero la salud está por encima de todo lo demás. Hace tiempo que las farmacéuticas decidieron (y así lo manifestaron) que sus políticas están determinadas por los beneficios, no por la salud de la humanidad. Eso convierte a esta industria en un sector estratégico y éticamente conflictivo. Además, en Yo, loco hablamos de la industria psico-farmacéutica, la más rentable y la más extendida en la actualidad. Se encarga de trazar los discutibles límites entre la “normalidad” y el “trastorno”, con las consecuencias que eso conlleva a nivel personal, social y también político. Por estas y otras cuestiones nos pareció que la farmacéutica constituía una industria muy reveladora del papel creciente que las grandes corporaciones tienen en nuestra existencia. Sin olvidar, el riesgo de uniformidad que conlleva la creciente “patologización” de comportamientos y formas de pensar

P: ¿Para cuándo Yo, mentiroso? ¿Podrías adelantarnos algo de su argumento? ¿Cerraréis por completo la trama?

Está previsto que aparezca a finales de octubre o principios de noviembre 2020. Como no podía ser de otra manera, la historia transcurre en los ambientes políticos, con especial interés en sus complicidades mediáticas. Nos centramos en la segunda línea de la política, esa legión de asesores, consejeros, secretarios, jefes de gabinete que son los que construyen el relato, los guionistas del discurso que ministros, alcaldes, diputados, portavoces repiten, como buenos actores, cada día. En este segundo nivel de la política es donde se diseñan tácticas y estrategias y también las explicaciones para encubrirlas. Aquí es donde se redactan discursos, argumentarios y respuestas periodísticas, donde se seleccionan las filtraciones a hacer y los secretos inconfesables a guardar. Se decide dónde se pone el foco y dónde se apaga la luz. Se decide a quién se espía, a quién se elimina de la escena política y a quién se promociona. Todo ello, por supuesto, contado en clave de thriller. Aunque manteniendo su autonomía narrativa, en este volumen convergen algunos flecos de los dos anteriores y, efectivamente, se cierran todas las tramas. Todo ello con un bitono verde (Yo, asesino era rojo y Yo, loco amarillo).

P: En 2017, Dibbuks editada Cuerpos del delito, por el humo se sabe dónde está el fuego junto a Sergio García. ¿Cómo empieza vuestra colaboración?

Sergio García es un dibujante en constante ebullición creativa, inquieto y experimentador, Por supuesto, técnicamente impecable. Yo también llevo dentro el gusanillo de la experimentación. Eso nos hace compartir una voluntad de explorar los límites del cómic, incluso a contravenir convenciones firmemente asentadas como la vectorialidad de lectura (de izquierda a derecha y de arriba abajo). Así que fue conocernos y llegar inmediatamente a la conclusión de que teníamos que hacer algo juntos. Cuerpos del delito sólo es nuestra primera colaboración

P: Atendamos a su curioso formato artístico, ¿se trata de una sucesión de cuentos ilustrados acompañados de un cómic mudo? ¿Se trata de una novela corta ilustrada? ¿Tratas de renovar la novela convencional o el mundo del cómic? ¿Cómo definirías su naturaleza?

El desafío consistía en contar una historia en palabras, en ilustración y en cómic. Cada uno de los medios da un punto de vista distinto sobre la historia al tiempo que se complementan entre sí. El cómic cuenta el momento en el que un francotirador mata a un soldado de Naciones Unidas en Sarajevo. La parte literaria cuenta el pasado de estos dos hombres unidos, sólo durante un decisivo instante, por la línea roja de un disparo. La parte ilustrada complemente, mejor dicho, implementa el relato literario. Si tengo que poner un nombre a lo que hicimos sería algo así como relato construido por “complementariedad intermediática”. Es duro de pronuncia, pero, quizá, sea lo que mejor lo define.

P: ¿Por qué los cuatro relatos giran en torno al tabaco? ¿Lo consideras el chivo expiatorio perfecto para esta sociedad victimista?

El tabaco iba a ser la constante de los tres volúmenes que teníamos previstos. En todos ellos los protagonistas fumaban, pero ninguno moría como consecuencia del tabaco. Es una manera de denunciar la hipocresía de una “autoridad gubernamental” que se preocupa tan paternalmente por nuestra exposición nicotínica y propicia guerras o no combate la polución. Y no sólo eso. Permite la venta del mismo producto que estigmatiza, se lucra con sus elevados impuestos y permite la introducción de sustancias claramente dañinas como el alquitrán o el amoníaco, añadidos tan perniciosos como adictivos. Por muchas campañas que los gobiernos fomenten, la evidencia resulta indiscutible, “no sólo de tabaco muere el hombre”. Hay decisiones económicas tomadas en consejos de administración y políticas tomadas en consejo de ministros que matan mucho más que el tabaco. Sin embargo, no nos previenen contra ellas. Al contrario, nos animan a participar, a consumirlas y, en general, a padecerlas.

P: ¿Qué os lleva a escoger el contexto de la Guerra de los Balcanes?

La guerra de los Balcanes, sobre todo en su última fase, fue una guerra de francotiradores. Me interesa esa figura que trabaja la muerte en solitario. Nada de pelotones, batallones o ejércitos. Yo solo, con mi arma y mi puntería. Nada de disparar al montón sino seleccionar cuidadosamente el blanco, apuntar con paciente tino y decidir el momento en el que aprietas el gatillo. Hay una voluntad, una crueldad, quizá un placer en el francotirador que lo convierten en un personaje digno de una buena historia. En el siglo XX, en general, se ha matado a bulto, procurando que el bulto fuera lo más grande posible. El francotirador mira a la muerte a los ojos. De hecho, las nuevas guerras de drones y misiles, inteligentes y perfectamente teledirigidos, son guerras de francotiradores, sólo que aquí con pantalla interpuesta y daños colaterales probablemente calculados.

P: En la contraportada de la obra se anunciaban dos volúmenes más: La pipa de la paz y Demasiados humos. ¿Cuándo verán a la luz? ¿Qué aportará cada uno a esta nueva trilogía?

Pues ya nada, porque este es un proyecto que hemos abandonado. No funcionó muy bien comercialmente. No terminamos contentos con la editorial y, tras los movimientos en Dibbuks, Sergio y yo hemos decidido seguir colaborando, pero en otros proyectos.

P: En 2019, el Saló de Barcelona te concede su Gran Premio a toda tu trayectoria. Modestia aparte, ¿qué crees que te ha hecho merecedor a este reconocimiento? ¿Cuál ha sido tu principal aportación a la historieta española?

Me gustaría pensar que he estado ahí abriendo puertas, tanto en la parte creativa como en la teórica. Seguramente algunas no conducían a ninguna parte, pero quizá otras han contribuido a vislumbrar nuevos horizontes para la historieta. Sí, apreciaría la etiqueta de “innovador”.

P: ¿Quién te gustaría que te sucediese en el mismo?

Pues esta es una cuestión que me preocupa en este momento. Porque tengo muchos nombres en la cabeza que lo merecerían. Y algunas preferencias, claro. Pero no puedo decirlas. Formo parte del jurado que lo decidirá y estoy obligado a la discreción en este tema.

P: Ese mismo verano de 2019, fundas con otros compañeros guionistas, ARGH! ¿Por qué es necesaria una agrupación de guionistas? ¿La unión hace la fuerza?

Sirve, en primer lugar, para que nos conozcamos entre nosotros. Yo he descubierto algunos nombres de los que no había oído hablar. Los guionistas estábamos más desconectados que los dibujantes, si cabe. Tenemos problemas específicos tanto en lo que se refiere a la creación como a la visibilidad o a la remuneración. Además, el guion de cómic permite fórmulas muy distintas. Estoy casi seguro de que ninguno trabajamos de la misma manera, ni con la misma profundidad descriptiva ni con el mismo grado de intervención en aspectos llamados “técnicos”, pero que son fundamentalmente narrativos. También me parece necesaria una asociación profesional que agite un poco el panorama de la industria del cómic. Vivimos complacidos en la más absoluta precariedad. O al menos es lo que se dice en casi todas las presentaciones de un nuevo título. Aquí todo el mundo es bueno. En España conozco casos de editores, distribuidores y libreros que se han hecho ricos con el cómic. Pero ningún autor. Editoriales, libreros y distribuidores ganan cada vez más y los porcentajes para los autores disminuyen. Creo que sobran razones para ser mucho más reivindicativos. Y ARGH!, en ese sentido, va en la buena dirección.

P: ¿De quién/es parte la propuesta de su creación?

Lo había hablado en ocasiones con otros guionistas, pero la propuesta no surgió de mí. Me llegó, a través de Miguel Ángel Giner, la invitación a ocupar la presidencia en los primeros meses hasta su asentamiento y acepté encantado.

P: ¿Es imposible mejorar la situación laboral en el mundo de la historieta? ¿O simplemente nos conformamos con no empeorarla?

Es posible mejorarla y hay que moverse para hacerlo. Creo que las otras partes implicadas (editor, librero, distribuidor…) pueden reducir un poquito sus porcentajes para que podamos alcanzar el 15% de derechos de autor. No es una reivindicación descabellada y lo conseguiríamos si estuviéramos lo suficientemente unidos y si fuéramos mínimamente reivindicativos. Somos muy conformados, a veces, incluso, dóciles con las supuestas “demandas del mercado”. Vamos, por lo menos, a no ponérselo tan fácil a nuestros compañeros de los otros gremios. Es verdad que dependemos de ellos, pero ellos aún dependen más de nosotros. En una posición de fuerza y realmente unidos ganaríamos. Nos falta convicción y confianza en el valor que aportamos a la industria, el primero y el fundamental.

P: ¿En torno a qué actividades se concreta vuestro trabajo?

Llevamos sólo unos meses de actividad. Para mí se apuntan dos vías claras, Una profesional y reivindicativa de nuestros derechos. La asesoría legal es importante, pero también, como digo, la presión para aumentar nuestros márgenes. Y otra más creativa que nos llevara a encuentros para compartir nuestra manera de trabajar, incluso analizar obras desde la perspectiva del guion. Aunque algo más segundaria, también es importante animar a la cantera, facilitar las conexiones con dibujantes y editores, premiar a los que nos parezcan mejores.

P: ¿Qué guionistas o autores actuales destacarías? ¿Qué voces narrativas te sorprenden más?

Es un momento de gran ebullición. Están emergiendo muchos guionistas y tiene pinta de ir a más. Haber recibido 260 candidaturas al premio ARGH! es una prueba del interés que hay por entrar en el cómic a través de la vía del guion. Muchos de estos nuevos guionistas tienen pocos títulos publicados y estoy seguro de que darán sorpresas. Por citar algún nombre, me gustan Alba Soprano y Salva Rubio.

P: ¿Crees necesaria una historieta combativa que reflexione sobre los problemas sociales que nos rodean? ¿Puede la historieta remover la conciencia del mundo?

Por supuesto. Sin que ello vaya en detrimento de una historieta más fantástica, de evasión o, simplemente, de despreocupada diversión. Hemos conocido las crueldades nazis y las miserias humanas en Maus, la presión del Islán sobre las mujeres en Persépolis, la situación del conflicto palestino-israelí en Palestina, la represión del franquismo contra las mujeres en Cuerda de presas… El cómic no es el único medio que denuncia estas injusticias, pero tiene mucho alcance entre el público y las imágenes dotan al mensaje de un gran impacto. Creo en el deber ético de denunciar lo inadmisible y, desgraciadamente, nos da miedo afrontar los problemas que conlleva o los riesgos en los que podemos incurrir. Eso sin contar que en la sociedad actual nos tienen muy “distraídos” y que pertenecemos a una profesión que se ejerce en el aislamiento. Y en estas condiciones el “deber ético” se complica, se atenúa ante las urgencias individuales, incluso se olvida.

P: ¿El tebeo es un medio vivo o en eterno estado de supervivencia?

Es un medio tan vivo que, de vez en cuando, intentan matarlo. Desde las multas, censuras, duelos a muerte que rodeaban la prensa ilustrada del siglo XIX hasta la bomba de El Papus o la matanza de Charlie, los cómics siempre han estado en la primera línea del frente en la denuncia de la corrupción o de la injusticia. Todavía El Jueves ha tenido recientemente episodios de censura. El cómic está muy vivo en su faceta más social, pero también en la más creativa. Algunas propuestas recientes en el mundo del cómic son de lo más atrevido, tanto en la historia como en la manera de contarla. El cómic está viviendo un gran momento creativo. Pero hay que mejorar las condiciones de los autores para mantenerlo, incluso mejorarlo. El estado de supervivencia lo impone la industria, pero creativamente el cómic está muy vivo.

P: ¿Hacia dónde crees que derivará? ¿Su futuro se presenta halagüeño?

Tras haber pasado casi una década (la de los noventa) discutiendo sobre la probable desaparición del cómic o sobre una subsistencia residual, ahora creo que sí tiene futuro. Seguramente, algunas de las adaptaciones tecnológicas que ya se insinúan tendrán una mayor incidencia y puede que el papel reduzca o pierda su hegemonía. La creciente presencia de la imagen en el mundo de la comunicación le otorgará, en pantalla o en papel, una función todavía más importante. Porque la imagen narrativa y secuencial permitirá desarrollos que no sólo sean promocionales, propagandistamente risueños sino más complejos y críticos. El hecho de que sea una forma de expresión barata y accesible para el creador con pocos recursos también juega a su favor. Quizá, por todo ello, el cómic sea un medio privilegiado para la expresión de una conciencia social. Desde que somos humanos no hemos dejado de contarnos historias en imágenes. Es más, puede que ahí empiece nuestra “humanidad”, cuando nos pusimos a trazar imágenes con un sentido, aunque sólo fuera el de afirmar “estuve aquí”. Lo hacíamos en las grutas prehistóricas, antes, incluso, de haber inventado la escritura. No hay razón para que el flujo cese y menos en un mundo en el que la imagen se impone como fuente de información dominante

P: Para finalizar. ¿Qué nuevos proyectos tienes en cartera?

En cuanto termine Yo, mentiroso, volveré a colaborar con Sergio García. Ya llevamos unos meses dándole vueltas a una historia en donde se mezclará la situación actual del Congo, el agujero más negro de la ambición y de la crueldad en este planeta, con el imperio romano. Parece complicado. Pero con Sergio, seguro que sale adelante.

FIN DE LA TERCERA Y ÚLTIMA PARTE.

Una entrevista de Javier Mora.