Prólogo

Enero de 2020. Paseo por las calles de Angoulême. Al igual que cada año, se celebra el festival de cómic más importante de Europa. Pero este año es distinto. En una de las plazas más célebres de la villa hay una manifestación.

La pancarta reza «Arte en huelga» y el símbolo que la acompaña es el del simpático gatito, mascota del evento, vapuleado y con el rostro manchado de sangre.

Es una denuncia de los autores y autoras que trabajan en aquel mercado. Aquí, al sur de los Pirineos, trasciende que reclaman que les paguen por las sesiones de firmas. Es una simplificación, una más entre tantas otras. Lo que lanzan es un grito de rabia acompañado de datos impactantes: más de la mitad de la gente que trabaja haciendo cómics en Francia está por debajo del salario mínimo. Dentro de esa gente, hasta un treinta y seis por ciento están bajo el umbral de la pobreza y en riesgo de exclusión social. Pero aquí se pone énfasis e incluso se lanza algún artículo hablando de que piden unas condiciones mínimas por acudir a festivales.

Surgen, como siempre, los lugares comunes: «ya nos gustaría a nosotros estar como en Francia», «ya no es como hace unos años, pero siguen a años luz de nosotros». La realidad demuestra otra cosa. Apenas unos meses antes del festival suenan voces amargas: «Hablar de cómics hablando de autores de éxito es como hablar de los franceses a los que les ha tocado la lotería para hablar de los franceses» declara Denis Bajram a Libération en un artículo sobre la airada reacción de editoriales importantes ante la petición de remuneración por las firmas.

Cuando termina la manifestación sigo dando un paseo por el pueblo. Me encuentro con el puesto de una de las asociaciones convocantes de los diferentes paros y del resto de acciones reivindicativas. Hago un esfuerzo por tratar de mantener una conversación. Quiero enterarme bien de todo lo que está ocurriendo. Saco en claro una idea nuclear sobre la que gira todo lo demás: están metidos en una burbuja de sobreproducción.

¿Qué es eso de la burbuja de sobreproducción?

Octubre de 2015. Recibo la respuesta de una editora de Le Lombard. Me dice que le gusta mucho el proyecto que le envío y me agradece haberlo hecho. Una línea más abajo me dice que no lo pueden publicar porque están metidos en una burbuja de sobreproducción en todo el mercado francés y necesitan bajar el ritmo de publicaciones antes de que todo salte por los aires.

No entiendo nada. En mi cabeza solo comprendo que no me van a publicar a pesar de que me dicen que les encanta mi trabajo. No hago mucho caso y sigo probando en otras editoriales. Nadie más menciona la burbuja. La palabra se queda dando vueltas en mi cabeza unos días y decido preguntar a la misma editora. Recibo respuesta a finales de febrero de 2016. Me dice que la industria editorial está metida en un círculo vicioso. Cada semana se inundan las librerías con novedades. A la semana siguiente muchas de esas novedades se devuelven. Algunas ni siquiera han salido de las cajas.

La lógica es sacar gran cantidad de títulos buscando un unicornio, tratando de mantener costes. Eso solo se puede hacer reduciendo gastos, imprimiendo menos ejemplares. Si las tiradas son más cortas, los adelantos que perciben los autores son más pequeños. Si las tiradas son más cortas, hay menor exposición de la obra en los puntos de venta. Con menor exposición es más difícil vender, más bien al contrario, se vende menos y eso reduce la posibilidad de que se cubran los adelantos. Las autoras no reciben ingresos por las liquidaciones porque son negativas.

Las librerías se saturan, el incremento de títulos anual es exponencial. No tienen espacio para asumir el aluvión. La circulación de obras es continua, reciben cajas cada día y tienen que retirar lo que ya lleva un tiempo. Ese tiempo cada vez es más corto. La librería, si quiere hacer su trabajo, debe conocer las obras para aconsejar a sus lectores, pero es imposible.

La situación es insostenible, y además genera una huella ecológica considerable. Cualquiera podría pensar que la solución pasa por bajar el ritmo, pero ¿quién lo baja primero? Las editoriales pequeñas tratan de hacerse hueco con un puñado de publicaciones cada año. Intentan cuidar sus títulos, mimarlos, darles algo más de exposición, pero la lógica les pasa por encima y, cuando no hay sitio en el punto de venta, las buenas intenciones acaban saltando por la ventana.

Las medianas señalan a los grandes grupos. Los grandes grupos se señalan unos a otros o directamente niegan que exista problema alguno.

De momento la realidad manda: producir mucho más para seguir manteniendo unos ingresos similares. Por el camino se empobrece a las librerías y se mete en la miseria a las autoras.

El empobrecimiento de la clase autoral se extiende por toda Europa

Abril de 2019. El ministro de cultura Francés, Franck Riester, encarga a Bruno Racine un informe que analice la situación de los creadores y creadoras en las últimas tres décadas. Han recibido gran multitud de peticiones de ayuda y quieren analizar la situación, conocer de primera mano la gravedad de un sector que está enfermo.

El informe «El autor y el acto de creación» presentado en enero de 2020 es claro y directo: la situación de autores y autoras nunca ha sido especialmente buena, pero en la última década ha empeorado sobremanera y deja perfectamente claras dos premisas: a pesar de que las empresas presentan cada vez mejores resultados, la parte creadora de las obras es cada vez más pobre; y las reformas que se requieren son integrales, no basta con ajustar aquí y allá, el propio mercado cultural necesita una remodelación de arriba abajo que dignifique a toda una parte que ya hace tiempo que no llega a fin de mes.

Las reacciones al conocido desde entonces como el informe Racine no se hacen esperar. Buena parte de los colectivos de creadores y creadoras hacen suyas las 23 recomendaciones que sugiere y se ponen en marcha para hacerlas realidad: se pide un estatuto del artista, una remuneración justa, la incorporación de autores y autoras en todas las instituciones en las que se vaya a hablar sobre su trabajo de alguna forma, mayor protección social o incidir en la negociación colectiva para garantizar siempre unas condiciones mínimas de trabajo.

Mientras tanto aquí se estimula el «sueño francés»

Febrero de 2017. Recibo el correo electrónico de la editorial que publicó mi primer título traducido para el mercado francés. Me dice que ha visitado mi blog y ha descubierto en la pestaña de «proyectos» dos títulos que le interesan. Me ofrece adelantos de 4500 euros por cada uno de ellos. Quiere que sean álbumes de 46 páginas. Esa cantidad triplica el adelanto más alto que había recibido hasta el momento por hacer cómics en España. Triplica. Tres veces más. Se dice pronto, pero conviene pensarlo un momento.

Noviembre de 2014. Sale a la luz mi primer cómic. Nos invitan a presentarlo al Salón del Manga de Barcelona. Es mi primer contacto con ese mundo. Yo era lector, pero nunca había participado en revistas, en fanzines ni en nada similar haciendo tebeos. No sabía nada, no conocía a nadie. En cuestión de días me queda muy claro algo: la única salida es trabajar en Francia, es algo en lo que me insisten una y otra vez, sale en varias conversaciones, hay que «largarse» a Francia a buscarse la vida.

27 meses después me ofrecen esos dos contratos. Estoy cumpliendo la lógica impuesta. La percepción es de que las carreras deben ir hacia arriba, ganar más, vender más, sumar más lectores. Sin embargo lo que me ofrecen no parece gran cosa, pero sigue siendo mucho más de lo que había ganado aquí. La sensación incluye un pensamiento irónico: muchos hablan de que deberíamos intentar parecernos al mercado francés, pero dudo que se refieran a esta forma de parecerse.

En algo empiezan a parecerse las industrias del cómic de todas partes

Marzo de 1932. El gobierno de los Estados Unidos se pone en contacto con Simon Kuznets, un joven economista bielorruso para que desarrolle un sistema con el que se pueda calcular el valor de todos los bienes y servicios que se producen en un país anualmente. Kuznets creó el Producto Nacional Bruto (que más tarde se convertiría en el PIB).

En el mismo momento de lanzarlo advirtió: el PIB mide el valor de mercado de la producción total, pero no le importa si lo que se produce es beneficioso o perjudicial. No distingue entre 100 euros de educación y 100 euros de gas lacrimógeno.

Y lo que es más importante: no tiene en cuenta los costes ecológicos y sociales de la producción. Si talas un bosque para producir madera, el PIB aumenta. Si aumentas la jornada laboral y retrasas la edad de jubilación, el PIB aumenta. Si las visitas hospitalarias aumentan a causa de la contaminación, el PIB aumenta.

Kuznets insistió, el PIB no debía usarse como medida estándar del progreso económico. Nadie le hizo caso nunca.

En las industrias culturales ocurre como en el resto de las industrias. El único baremo que se tiene en cuenta para medir la salud de la industria es el del crecimiento. Es obligatorio crecer cada año. Hay que producir más, facturar más y presentar informes que demuestren un crecimiento continuado. El coste social, ecológico y productivo no se tiene en cuenta porque a la propia industria, como sector, solo le interesa poder decir: «el cómic representa el X por ciento del total del sector del libro» y esa X debe ser cada vez mayor. Cueste lo que cueste.

¿Qué podemos hacer?

La respuesta es sencilla, pero llevarla a cabo es poco menos que una odisea utópica: legislar para organizar un decrecimiento medido del sector. Un decrecimiento que signifique menos títulos, mejor pagados y con mayor permanencia en el punto de venta. Bajar el ritmo para asegurar la supervivencia a largo plazo y, sobre todo, que esa supervivencia signifique la dignificación de aquellos que ya están en la peor situación posible.

Demostrarnos a nosotros mismos como industria que somos capaces de comprender que el crecimiento perpetuo es imposible, pero aún más importante, tampoco es necesario. Siempre será mejor perseguir una autosuficiencia que tiene en cuenta la justicia social, que seguir alimentando una rueda que lleva a la debacle. Una debacle que ya se ha llevado librerías por delante, que provoca que cada año autores y autoras consagrados decidan abandonar y que nos ha metido a todos en unos ritmos absurdos en los que ya nada permanece ni se disfruta.

Y eso es muy peligroso en una industria cultural.

En estas páginas analizaremos la situación actual, hablaremos del pasado, del futuro y, sobre todo, lanzaremos propuestas desde la humildad y también desde una fuerte convicción. Gracias por leernos.

Fernando Llor – Presidente de ARGH!

LA FALTA DE OPORTUNIDADES