El artefacto perverso

Hay una continuidad evidente entre Las memorias de Amorós y El Artefacto Perverso, mucho más allá de la lógica derivada de la cronología temporal y la coincidencia autoral. Comparten un espacio histórico propio, la primera indagando en los prolegómenos que llevaron a la guerra civil, y la segunda fijándose en las consecuencias de la contienda. De hecho, la presencia fugaz de Amorós en el segundo podríamos entenderlo como una certificación implícita y, en las dos, hay una calra intención de reflexionar sobre la historia de este país. Sin embargo, la distancia creativa que los separa es gigantesca: mientras que una inicia el ciclo desde el género detectivesco pasado por el tamiz de los estereotipos del folletín decimonónico para acercarse a la historia desde un planteamiento formal que abraza el canon clásico del cómic, la segunda es un complejo ejercicio de reflexión donde Cava y Del Barrio rompen todas las barreras para crear una matrioshka narrativa que lanza continuos retos al lector con la historia de Enrique Montero, maestro republicano represaliado que tras la guerra encuentra en el tebeo su medio de subsistencia. Una figura icónica de la posguerra que Cava usa como arquetipo de una realidad escondida que le permite desplegar un ambicioso juego simbólico entre ficciones y realidades: Montero dibuja un cuadernillo que nos recuerda a la obra de Vañó, pero cuya trama se revela como metáfora del olvido impuesto por la dictadura franquista. Un olvido al que el protagonista no puede optar ante la vuelta de un pasado al que fue obligado a renunciar y que le lleva a un presente en el que participará a su pesar. Dibujante y guionista se fusionan desde un expresionismo radical del blanco y negro en el que no es difícil encontrar las influencias de José Muñoz y Alberto Breccia, que se desliza poco a poco hacia una representación de gran potencia simbólica, animalizando las facciones de unos secundarios que se convertirán a su vez en personajes de los tebeos que leían los niños. Y el dibujante dibujado, impotente, solo puede hacer de testigo de una realidad en la que, a diferencia de las historietas, no hay grandes héroes y villanos malvados, sino personajes ambiguos capaces de la mayor traición y de la mayor heroicidad, como los seres humanos de verdad, que no suelen escoger el bando de los buenos y malos por convicción, sino por la necesidad imperiosa del momento. Cava crea un auténtico artefacto perverso: una infinita cinta de Möbius donde un cómic esconde otro cómic, pero donde la lectura de uno nos lleva al otro, en un ciclo infinito de mentiras y verdades, donde un dibujante exultante multiplica sus estilos para crear capas y capas de narraciones que se solapan llevando al lector por muchos caminos que confluyen en una trampa de la que solo se puede salir desde la implicación personal en la reflexión que plantea el guionista. Una obra maestra que ganó el premio al mejor guion y mejor obra del Salón Internacional del Cómic de Barcelona en 1997.

Álvaro Pons