Un gran tebeo descongelado

Historias frías se publicó serializada en la revista de cómics Cimoc; en los números #45, #46, #47, #49, #51, #54, #57 y #60, entre noviembre de 1984 y febrero de 1986. Entonces, era una práctica editorial habitual que las series más destacadas se editasen posteriormente en el formato álbum. De manera inexplicable, Historias frías no lo logró hasta junio del 2005, gracias a la editorial Astiberri. Se trata de una edición en la que Tha retocó unas pocas viñetas de las originales. Nos encontramos ante una de las obras más interesantes de ambos autores. En el caso de Tha, Josep August Tharrats (Barcelona, 1956), esta obra supuso el regreso a la primera fila del cómic español de un autor mayúsculo. Además, reincide en la temática del absurdo a la que tanta querencia tiene Tha, como ya demostró en otra notable recopilación, Absurdus delirium (Glénat, 2004), con guiones de su hermano, Joan Tharrats, pero en Historias frías ofrece un giro arriesgado, sensacional y nada frío.

El argumento de Historias frías en apariencia no hay por dónde agarrarlo, más bien parecen las piezas sueltas de un armatoste que hay que montar. A pesar del alto grado de familiaridad que entre sí muestran los diversos elementos, el lector debe esforzarse para componer un engendro con algo de pies y cabeza

Unas pinceladas de los ocho capítulos del argumento. Un ingeniero de una fábrica de electrodomésticos, Splendor, idea un ultraligero volador. Cuando va a probar su invento se encuentra metido en un combate aéreo de la segunda guerra mundial. Los trabajadores de la fábrica están en huelga. Uno de ellos sueña que son asaltados por un ejército de belicosos tuaregs. Unos transportistas de Splendor son retenidos por unos alienígenas para ser analizados con el objetivo de entender el significado del verbo volver. Una chica que aparece junto a un tigre en un vídeo clip salta de la pantalla a la realidad de una tienda de electrodomésticos sembrando el caos y el pánico entre la ciudadanía. Una señora que come de manera compulsiva sueña con un paraíso que tiene aspecto de un gran banquete con alimentos gigantes. Un técnico en neveras lee un relato de serie negra en el que una cita deviene un crimen. Unos niños realizan una función de marionetas en un descampado con una nevera como escenario. Por último, todos los personajes anteriores son convocados para evitar su desaparición cuando el tebeo finalice, cosa que impiden acudiendo a casa de los autores y destruyendo las páginas originales.

Zentner ha declarado que Historias frías es la biografía de una nevera. Es difícil aceptar dicha afirmación sin acudir al contexto histórico de la historieta a mediados de los ochenta. Un momento de eclosión del cómic de autor en el que la historieta pretende abandonar su tradicional feudo infantil y ganarse al público adulto mediante planteamientos y temáticas innovadoras. En este marco surge esta propuesta arriesgada, si se quiere, un poco arisca con el lector, como es montar una narración a partir de una nevera. Una excusa para demostrar que la historieta ya ha alcanzado tal grado de madurez que se puede permitir el lujo de componer una historia a partir del elemento más banal, más cercano, y menos narrativo posible. Este parece ser el reto de Zentner que atestiguan estas declaraciones “Cualquier excusa es buena para contar una historia. Mucha gente piensa, todavía, que una historia nace de una idea…¡Qué va! Las historias, al menos en mi caso, suelen nacer de una dificultad ¿Acaso una historia no es el relato de cómo uno o varios personajes intentan superar una dificultad?”.

En los ocho capítulos se repiten unos determinados elementos que podrían considerarse el estribillo de Historias frías y cuya enumeración ayudará al lector a tararear la melodía con más facilidad. El primero de ellos es la revisión de géneros y de medios narrativos dentro del propio cómic. “El auténtico tema de esta serie es la narración y los géneros narrativos. Con la excusa de contar momentos en la vida de una nevera, allí aparece el videoclip, el Quijote, el teatro de marionetas, los cómics de guerra, el policial…” Zentner también podría haber añadido la fotografía, la televisión y el mundo onírico a su lista. Zentner parece apostar por la viabilidad de una narración más allá de géneros y medios, esto es, incluyéndolos a todos para así superarlos o para mostrar que aunque se trata de géneros y medios diferentes late en ellos una pulsión común. La pasión por narrar, por sumergirse en la ficción, sea cual sea la forma concreta que ésta cobre, es lo que destilan todas sus páginas.

En segundo lugar, Historias frías está repleto de contrasentidos o paradojas. La lista de ejemplos es larga: un obrero que no trabaja, una fábrica llamada Splendor al borde del cierre, un capítulo séptimo titulado Capítulo VIII, unos extraterrestres tecnológicamente avanzadísimos pero que desconocen conceptos elementales o unos personajes absolutamente maniqueos que finalmente se rebelan, a la manera pirandelliana de Seis personajes en busca de autor, para dotarse de carácter pero que, al mismo tiempo, no logran abandonar su rol de personajes estereotipados.

En tercer lugar, en varios momentos, antes de llegar al desenlace dónde el carácter metaficcional resultará manifiesto, el lector detecta guiños elocuentes de que se halla ante un tebeo de metaficción. Pero dónde estas pistas son más claras y arrojan luz sobre el resto de elementos es en las canciones contenidas del cuarto capítulo.”Cuerpos, imágenes, tactos, visiones, sueños que sueño al despertar. Nos encontraremos en una caja de espejos. Nos desintegraremos a fuerza de mirar”. La caja de espejos que anuncia la canción pudiera consistir en, valga la redundancia, narrar la fascinación por narrar y esto es algo que sólo puede hacerse mediante narraciones.

En cuarto lugar, destacar que Zentner pasa de forma recurrente de lo real, de lo cotidiano (una huelga, un viaje, un descampado) a lo surreal. Los mundos ficticios cobran tanta importancia en estas historietas que podemos preguntarnos qué es más verdadero para los propios protagonistas si la realidad o la ficción. Además, sobre estas transformaciones operan algunas preguntas de fondo: ¿Es la ficción un lugar cómodo en el que habitar? ¿Es otro lugar, algo así como un trasunto de la realidad? ¿Es un refugio en el que guarecernos o es un infierno al que estamos condenados? Todo ello con el añadido de la vuelta de tuerca que supone que los personajes sean conscientes de su propia pertenencia a la ficción y tengan, por lo tanto, un pie dentro de la ficción y otro pie en la metaficción.

Historias frías da para un par de últimas lecturas paralelas más. La primera permitiría recorrer varias veces el tebeo fijándonos en las viñetas que se repiten y actúan como vasos comunicantes o tuberías que conectan situaciones alejadas entre sí; mostrando una estructura interna alambicada. La otra, sexta y última, invitaría a rastrear en las viñetas las pistas temporales sobre la coyuntura histórica en que fue realizada Historias frías: reconversiones industriales, Juan Pablo II, auge del reproductor de video y del videoclip, etc.

Para un dibujante afrontar una historieta en el que se mezclan tan variados géneros y elementos a dibujar es más atractivo que circunscribirse únicamente a uno. De hecho, el propio Tha le pidió a Zentner, un guionista que siempre se pone al servicio de los dibujantes, que en cada capítulo le propusiera cosas que nunca hubiese dibujado antes. Sea cual sea el reto gráfico emprendido a lo largo de los ocho capítulos, el versátil dibujo de Tha es siempre magnífico: se atreve con todo y todo lo resuelve bien. Logra que un camión viajando de noche por una autopista bajo la lluvia, un elemento en principio poco apropiado para lucirse gráficamente, sea todo un festival de recursos y capacidades. Resaltamos dos aspectos del estilo de Tha: su magnífico entintado lleno de tramas y su capacidad de crear escenarios mediante espacios en blanco y el juego con los marcos de las viñetas. Un dibujante como Tha es todo un lujo para la historieta española y su dedicación al mundo del jazz durante las últimas décadas es una verdadera lástima para el noveno arte. Este gran tebeo descongelado y esplendoroso guionizado por Jorge Zentner así lo refrenda.

Quim Pérez