Joya de luto

Contaba Jorge Zentner que, para él, el guion de La adelantada de los mares del Sur era solo un trabajo, sin consideraciones de otro orden. «Lo más importante era hacerlo bien, cumplir con los plazos y cobrar». Ni siquiera supo hasta más tarde que Carlos Nine se encargaría de dibujarlo, iniciando una colaboración que revalidarían diez años después en la serie Pampa. Con todo, bastaría este tebeo para aquilatar el alcance de Zentner como guionista y, por supuesto, el de Nine como acuarelista.

La adelantada de los mares del Sur forma parte de una lujosa colección de 24 tomos monográficos que la editorial Planeta De-Agostini dedicó a la conquista de América para celebrar los fastos del Quinto Centenario. Entre sus autores figuran maestros de la talla de Alberto y Enrique Breccia, Miguel Calatayud o José Muñoz (en una de sus contadas incursiones en el universo del color). Para esta colección Zentner escribió tres auténticas perlas: El cosmógrafo Sebastián Caboto, con dibujos de Lorenzo Mattotti; El cautivo, con dibujos de Rubén Pellejero; y el álbum que nos ocupa, el más desigual de los tres, rara gema inmersa en un mundo de piedras preciosas.

¿Qué cuenta La adelantada de los mares del Sur? Pues las dos expediciones marítimas que don Álvaro de Mendaña llevó a cabo en el océano Pacífico buscando las míticas islas del rey Salomón. La primera sucedió en 1567. La segunda en 1595 y la culminó la viuda de Mendaña, doña Isabel Barreto, que, a la muerte de su marido, recibió el título de «adelantada», o sea, persona a cargo de la expedición. El álbum es una delicada trenza de años, gentes e islas que Zentner cuenta alternando la exposición de los hechos y la voz de un narrador en primera persona cuya apariencia se revela solo en el último tramo de la obra.

Este narrador invisible se hace sentir, no obstante, desde la primera página, a tal punto que los personajes principales no articulan palabra hasta la décima plancha, luego de un largo preámbulo dedicado a la primera expedición de Mendaña. Este narrador (que no es persona sino vestido de luto) tiene un timbre especial que la prosa literaria, exquisita y suntuosa de Zentner modula a la perfección. El mar se convierte en «un laberinto de muros invisibles», «un vasto cementerio de agua cristalina». El combate entre indígenas y conquistadores se resuelve en un «choque de piedras y madera contra metal y pólvora», en «poblados que se transforman en humo que dispersa el viento».

El argumento acusa cierto desequilibrio, tanto por el largo prólogo como por la irrupción física del narrador en el último tramo del libro, irrupción que tiñe lo narrado hasta entonces con el color de lo fantástico. El cronista, no obstante, insiste desde el principio en la idea de un destino que lo ata todo con hilos invisibles. Ese hado omnicomprensivo admite la aglomeración de materiales, personajes y tiempos que Zentner acumula a lo largo del álbum.

El dibujo de Nine también es desigual. Según dicen, tuvo poco tiempo para acabar el encargo. Fue tan poco que ponía las páginas en fila, una junto a otra, para pintarlas en serie y así aligerar la faena. Cuentan también que el editor Pedro Tabernero se ofreció a enviarle documentación, pero que Nine prefería estudiar la conquista de América en las historietas admirables de Enrique Breccia. Aquí manifiesta un desaliño audaz, indómito, casi desafiante, que contrasta con el estilo pulido que exhibe en obras como Fantagas o la propia Pampa (con sus hermosas ceras de colores). Los tanteos a lápiz quedan al desnudo, apenas velados por pinceladas de una acuarela definida a marchas forzadas y a manchas pesadas. El resultado, aunque abrupto, es fascinante, de ahí que autores como Ángel Trigo sitúen con justicia este título entre las cumbres de la obra de Nine.

«Tenemos que agradecer», remachaba Zentner al respecto, «que [La adelantada de los Mares del Sur] haya sido hecha como está, porque nos ha permitido acceder a una faceta del trabajo de Nine que no es fácil de ver todos los días». Confieso mi debilidad por estas páginas, por sus figuras que a veces parecen títeres en un retablillo de marionetas, por las traiciones de esa línea a lápiz apenas apuntada, por el poder de sugestión de esa acuarela viva, casi expresionista. A destacar, por supuesto, el encadenado de imágenes que enlaza un eclipse de luna con el vestido de luto de Isabel Barreto. Una secuencia digna del paladar más exigente.

Sospecho que ningún editor actual se ha planteado la reedición de esta joya. Publicada en 1992, La adelantada de los Mares del Sur se ha convertido en una rareza difícil de conseguir (y a precios elevados) en el mercado de ocasión. Es atributo natural de las joyas revalorizarse cada cierto tiempo. Pero eso no quiere decir que tengamos que resignarnos a que un día, tal vez lejano, un sello valiente nos traiga esta gema engarzada en una nueva filigrana. Hasta entonces, celebremos su existencia y sigamos la divisa del conde de Montecristo: esperar y confiar.

Jorge García