Evaristo: Policial negro de hondura existencial

Treintaicinco años después de su última aventura, la historieta de Carlos Sampayo y Francisco Solano López se mantiene tan entera y compacta como en aquel entonces. Evaristo, policial negro de hondura existencial, sigue los pasos de Evaristo Meneses (1907-1992), histórico policía duro e incorruptible, respetado tanto por sus pares como por los malvivientes. Entre 1957 y 1962, como comisario al frente de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal, había resuelto algunos de los casos más resonantes de la crónica policial argentina; y llegó a convertirse en una figura mediática, mucho antes de que ese término fuera acuñado.

Basado tanto en la figura real como en el mito que el propio protagonista fue construyendo con hechos, palabras y silencios (si hasta se lo ve a Sampayo entrevistando a Evaristo), el policía de papel y tinta china hace valer su presencia física. Se muestra justo y miserable, condescendiente e inflexible. Su hábitat, poblado de héroes y fallutos, de leales y traidores, de obsecuentes y rebeldes, se ordena siempre según la perspectiva que él tenga sobre el valor de las cosas, los hombres y las mujeres. Clásico exponente de un machismo que hoy suena anacrónico, fuera de lugar, algo discriminatorio y bastante violento. Pero que en ese entonces marcaba, a falta de miedo, la diferencia entre el respeto y la irreverencia, entre la vida y la muerte. Reflejo del tácito código de convivencia que Evaristo pactó con la ciudad y sus habitantes, con el mundo del trabajo y el reino del hampa, con las calles, el puerto, los puteríos, los sótanos oscuros y clandestinos, las villas miseria.

Como en todo noir urbano que no le escapa el bulto a las cuestiones sociales y políticas en pugna, aquí el puntual caso policial es lo de menos. Robos, violaciones, homicidios, secuestros, trata de blancas, extorsiones, asesinatos seriales, crímenes políticos, caza de nazis. Son lienzos narrativos donde construir ese rompecabezas sombrío, usurpado por los grises de una cotidianeidad urgida y sufrida, ordenada por el sentido del deber de un hombre que conoce las expresiones delictivas de la cultura marginal y la práctica empresaria. Y sabe que su deber es impartir Justicia, no sólo hacer cumplir la Ley.

Porque el entorno de Evaristo no es cualquier entorno. Es el de un país todavía ahogado por los estertores de la década infame, con las fuerzas conservadoras en el poder y un peronismo proscripto que grita su pasión desde modestos altares hogareños y virulentas pintadas callejeras. Un modelo que fabrica desclasados y marginales para poder criminalizar la pobreza. Que tolera la corrupción gubernamental porque necesita seguir reproduciendo la explotación de las masas. A lo largo de sus páginas, el trasfondo se alimenta de huelgas y protestas populares reprimidas por la Policía, de vicepresidentes que renuncian, de golpes de Estado que estallan, de aparecidos y desaparecidos, de otro cadáver sin nombre que también se llama Eva.

Lo de Solano es inabarcable. Su Buenos Aires sigue siendo la ciudad del Eternauta, pero relatada ahora desde la perspectiva histórica que le aportó el paso del tiempo. Síntesis de la urbe que fue y de la que se fue sedimentando gracias a la poética melancólica del tango y el romanticismo orillero. Una ciudad donde se fuma, se bebe, se coge, se trabaja, se pelea y se mata con pocas palabras, con el filo estoico de las oportunidades perdidas y las decisiones tomadas. Un lugar de destinos trágicos, de amistades forjadas en un apretón de manos con la Parca, de rencores cocinados a fuego lento, de deudas saldadas con dinero, con sangre o con algo más. Un espacio mitológico cruzado de referencias comerciales (Laponia, Alpargatas, Entel, Ferroquina, Fontanares), un ring de boxeo donde las pasiones se resuelven a los golpes físicos y emocionales.

Aparecida por primera vez en abril de 1983, con publicación simultánea en la revista argentina Superhumor y la italiana L’Eternauta, el cómic de Sampayo y Solano conquistó el mundo. Se publicó también en los EE.UU., en Francia, en España (primero en Thriller, después en Ilustración + Comix Internacional y, por último, en Cimoc) y formó parte del índice de la Fierro original, estandarte de la historieta de autor en la Argentina de la democracia restaurada. ¿La razón de su éxito sostenido en el tiempo? Me animaría a decir que, por sobre la efectividad de sus tramas, de esas historias circulares que se muerden la cola para resolverse, está el retrato minucioso de un hombre cansado por la tensión entre el escritorio y la vereda, que ve venir en soledad el inevitable fin de su mundo, la reconversión de su profesión en burocráticos hábitos de tortura, como si estuviera al tanto de la carnicería que le espera a la Argentina a la vuelta de la esquina.

Una historieta así no sólo debe ser celebrada, merece ser leída y releída con los ojos hambrientos y las neuronas atentas. Por suerte, tenemos ahora una edición integral y definitiva, con todos sus episodios remasterizados. Para que asomarse al pozo del infierno sea una experiencia sanadora, de belleza artística y espiritual.

Fernando Ariel García