El bar como espejo roto del alma

En cierta ocasión, intentando entrevistar a Carlos Sampayo, le envié una serie de breves preguntas. La intención era publicar una «entrevista» en mi revista Lafarium. De inmediato Sampayo las refutó; ya no quería hablar de su etapa como guionista de historietas. Estaba interesado en otros asuntos pero yo, como buen periodista obstinado, insistí. Logré apenas que me respondiera escuetamente sobre la poesía, la pregunta que más me interesaba, que para él era la medida del mundo. ¿Pero qué mundo? ¿El personal, el grupal? Ese al que llegamos sin previo aviso; ese al que debemos habituarnos y, sin más fuerza, combatir o intentar cambiar. Quién sabe… es como una de esas estelas de humo de cigarro que son frecuentes en las viñetas de Muñoz.

Historias de bar no es historieta. Es una infusión para beber por los labios de las córneas. Para entrar en una dimensión oscura, extremadamente viva y violenta. Pero la violencia aquí la propina el propio urbanismo. Siguiendo esa línea de pensamiento podríamos decir que el Bar de Joe no es un bar, sino una suerte de organismo vivo, un poco monstruoso, que ha tragado a una serie de criaturas con las que juega en su vientre. Sí, como un cuento de hadas narrado a los niños en una noche de tormenta.

El bar como punto de encuentro. Como celda sin barrotes. Como confesionario sin sacerdote. Como libro sin páginas… la lista es extensa. Muñoz y Sampayo narran desde la sombra historias de perdedores o ganadores efímeros, porque ese es el alimento de todo bar. No el dinero. Las historias. Los llantos. Las alegrías. La amistad que puede evitar un asesinato pero que no lo evita. El bar es todo y a la vez nada. Es una golosina nueva, de envoltorio reluciente, que una vez comida se vuelve apenas un recuerdo gástrico. Un líquido que recorre nuestras tripas.

El dibujo de Muñoz es solidario con los relatos de Sampayo, deslumbrantes y aterradores a la vez. Aunque, como sucede en otras obras anteriores y también posteriores, la dupla termina convergiendo en un Solo Ser. Así, con mayúsculas. Que la RAE se queje, no importa. Digo: ellos son Un Ser Robusto, Impío, que anda como diablo por la Tierra buscando almas para corromper. Pero, Satán, ya están corruptas podría gritar un yonki que yace en una esquina olvidada gritándole a quimeras, a espejismos…

Sampayo escribe como si aplicara un taladro en el papel. Los golpes se sienten en cada oración, en cada palabra. Y duelen. Pero hay cierto gozo en el dolor, cuando este se extiende más de lo pensado. Es como herirse sin querer, pero en vez de aplicar un apósito buscáramos el filo de un cuchillo para extender la herida. Para que siga sangrando sin parar…

El mundo de Historias de bar respira, tose, vomita, escupe, tiene comercio carnal, se agita, se detiene. Cada viñeta es una ventana que nos permite asomar la mirada hacia el espíritu de una humanidad rota, sin ningún objetivo más que sobrevivir la jornada. Como se pueda o como se deba hacerlo.

Diego Arandojo