Carlos Sampayo. Negro sobre negro

Cuando el comisario Evaristo Meneses pasea su monumental figura por las misérrimas calles de Villa Cartón no sólo se produce una conmoción en este barrio fantasma de Buenos Aires es toda la mitología de un género artístico la que se está tambaleando sobre sus caducos cimientos, para acabar derrumbándose definitivamente. En esta saga, realizada desde Argentina por Carlos Sampayo y Francisco Solano López, han desaparecido todos los clichés de la serie negra inaugural, se han esfumado todas las influencias norteamericanas de entreguerras y se impone un tratamiento local de los argumentos, una cruda dosis de naturalismo y un enfoque casi documental del relato que, junto a la visión crítica de la sociedad, acabarán por devenir sus únicos pilares básicos.

Desde películas como El cebo (1958) de Ladislao Vajda y Le samouraï (1967) de Jean-Pierre Melville pasando por el ciclo de novelas del comisario Martin Beck (1965-1975) de los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö a la novela Tatuaje (1972) del gran Manuel Vázquez Montalbán o el fumetto titulado Sam Pezzo (1978-1982) de Vittorio Giardino, el género criminal se fue transformando, a medida que el siglo XX iba avanzando, para devenir un instrumento local – con vocación universal – que describe y denuncia las injusticias sociales, las políticas o las empresariales de la cada vez más hegemónica sociedad capitalista. En este contexto Carlos Sampayo se convierte en una figura fundamental en la transformación definitiva del cómic negro tal y como lo conocemos en la actualidad. Y lo es con dos obras fundamentales; Alack Sinner (1975-2006) junto a su inseparable cómplice José Muñoz y Evaristo (1980-2007) con el arte del certero francotirador Francisco Solano López. Además, este paso por el género se produjo en un momento crucial de su historia, durante el decenio comprendido entre 1975 y 1985, en plena segunda edad de oro.

Carlos Sampayo no es un escritor de serie negra al uso, sus guiones de cómic no suelen circunscribirse a un solo género, ni a una temática pautada por códigos establecidos anteriormente. Sin embargo, en Alack Sinner parte desde los cánones más clásicos de la serie negra para acabar descomponiéndola desde dentro, usando todos los recursos argumentales y artísticos posibles. Con Evaristo el guionista sitúa la acción en un periodo histórico y social muy determinado de Buenos Aires, retratando a un personaje único como fue el comisario Evaristo Meneses, pero también a una época concreta y a un entorno social irrepetible que presagiaba la gran tragedia que iba a abalanzarse sobre una desconcertada Argentina.
Las armas de Sampayo son la reflexión, la denuncia político social y el pesimismo. Parte de una determinada realidad para analizarla, desmenuzarla y digerirla, solo entonces expone todas sus contradicciones, muestra sus crueles miserias y airea sus insoportables injusticias.

La serie Alack Sinner es, en este aspecto, modélica ya que parte de la ortodoxia de género, desde su ubicación neoyorquina a la ocupación detectivesca del protagonista, para adentrarse poco a poco en una indefinición argumental que subraya la descripción de las relaciones afectivas de los personajes, el análisis de los conflictos existenciales que todos vivimos y padecemos y la denuncia de la perversión de un sistema que únicamente sirve para favorecer a los poderosos. Pero este análisis siempre parte desde la medida humana; el protagonista – y los demás caracteres menos estelares – no dominan el entorno, no ven el dibujo completo de la situación, son meros peones de un juego cruel que avanza ciegamente hacia un destino desconocido. Además, en Alack Sinner el entorno urbano está vivo, las calles están repletas de personajes de pesadilla, definidos hasta sus últimas consecuencias por el pincel prodigioso de Muñoz. En los locales se respira humo, sudor, alcohol y jazz y en las habitaciones se acumulan libros, polvo, sábanas y decepciones.

En Evaristo el guionista relata los casos policiales del responsable de la sección de robos y homicidios de la Policía Federal de Buenos Aires en el período comprendido entre 1957 y 1962. Durante este lustro, Evaristo Meneses (1907-1992) desarticuló la mayoría de las numerosas bandas organizadas de pistoleros que imperaban por la capital argentina. En sus más de treinta años en la policía, el comisario Meneses fue conocido por su particular código ético que le granjeó el respeto de criminales y de la gente de la calle. Era inflexible pero honrado y aunque a menudo se le escapaba una mano, prefería dialogar a disparar. En 1964 fue obligado a dimitir por sus superiores temerosos de su fama y porque los tiempos estaban cambiando, a peor. Se hizo detective privado, se dedicó a la pintura y murió a los 84 años. En Evaristo se tratan casos ficticios, pero el personaje principal está basado en un agente de la ley real. En algunos episodios Sampayo no duda en encabezar el relato con una presunta conversación entre él mismo y el policía que le explica el caso. En realidad, este encuentro se produjo sólo una vez, pero el excomisario no se mostró tan participativo como pretende reflejar la historieta. En Evaristo, Sampayo alterna historias de intriga, con casos de serial killers y también denuncias de carácter político. Pero lo más destacado es su excelente descripción de la ciudad de Buenos Aires y del variado elenco de gentes que la habitan. En Evaristo, cada caso está realmente imbricado en un ambiente definido, en una situación concreta y nos sumerge completamente en una época muy especial de la historia porteña.

A parte de sus trabajos con Muñoz y Solano López, el guionista escribió la serie L’agent de la National (1982) que dibujó Julio Schiaffino y que publicó en Francia Éditions Michel Deligne. Se trata de una saga de capítulos cortos y auto conclusivos donde un detective orondo realiza una serie de trabajos de dudosa legalidad para una agencia privada estadounidense. El tono bascula desde lo hammettiano hasta lo paródico, mezclando thriller con gastronomía. Un divertimento con el que la editorial barcelonesa Bruguera acabó perpetrando una curiosa colección que combinaba historieta y relato novelado bajo el título de El agente de la National y que constó de doce números.

En Le Poète (1999), dibujado por Muñoz y publicado en Francia por Amok Éditions, en Tres artistas en París (2006) y sobre todo en Fly Blues (2008), las dos últimas con Óscar Zárate al arte, un acerado Sampayo retrata en sendos relatos itinerantes una sociedad en disgregación, sin ningún referente político o social y obsesionada con el dinero, la notoriedad instantánea y el poder sobre los demás… La violencia deviene no solo en un recurso aceptable si no una herramienta imprescindible que los depredadores usan sin pudor – y sin consecuencias – sobre sus presas.
Son obras híbridas, libres y eclécticas que funden diversos géneros, entre ellos la serie negra.

Carlos Sampayo demuestra con su trabajo que el género negro permite todo tipo de acercamiento, desde el más canónico al más vanguardista o el más radical. En todos ellos el guionista de Buenos Aires ha brillado y en todos ha dejado su sello inconfundible. Al tradicional espíritu crítico de la serie negra Sampayo le añade un lúcido pesimismo, un enfoque político, comprometido y libre del mundo que siempre es descarnado y siempre está ajustado a la realidad. Una obra que acaba consiguiendo que seamos más sabios, menos felices, pero infinitamente mejores.
Negro sobre negro, para verlo todo más claro.

Salut!

Tristán Cardona